El día en que me creí un pionero antártico

Hubo una época de mi vida en la que me despertaba entre los hielos de la Antártida, eran días sin noche y en donde los pingüinos eran mis fieles compañeros de viaje; una época de aventuras, de mala mar y duro trabajo que sigue grabado en lienzo en mi memoria.

Uno de los recuerdos más intensos que tengo de aquellos años donde mis sentidos eran simbiontes del Polo Sur, fue el día que nos aventuramos en la isla Low, un retazo inexplorado de la Antártida que desvirgamos para darme cuenta de que ser un pionero es………, bueno creo que antes de revelaros mis sentimientos, es mejor contaros lo que realmente sucedió para que entendáis como me sentí ese día en que me creí un pionero antártico.

Antartida
Una bucólica imagen de la Isla Low

Era un día como otro cualquiera en el continente helado y nos dirigimos a un salón del barco donde se hallaba el investigador que lideraba el proyecto que nos habíamos llevado a estas tierras; nos estábamos acercando a la isla Low, una ínsula perteneciente al archipiélago de las Shetland del Sur, cuando nuestro mentor científico nos mencionó, que según sus datos, la playa donde íbamos a desembarcar no había sido aun visitada hasta entonces por ningún humano y eso nos condecía el honor y privilegio de ser unos verdaderos exploradores antárticos.

Evidentemente era difícil de comprobar este dato, ya que las primeras expediciones humanas al Polo Sur tenían un carácter comercial en búsqueda de recursos especialmente pieles de focas o carne de ballena; evidentemente estos cazadores no publicitaban sus rutas para evitar competencia, además es posible que cualquier otro investigador, explorador o mismo un turista hubiese visitado ya esas playas sin dejar constancia, pero al menos de forma oficial nadie lo había hecho y eso nos concedía el honor de ser «pioneros» y a mi de una forma cuasi inocente me hacía especial ilusión.

De todos modos, en aquel momento no sabía si sería de los elegidos en bajar por primera vez a la isla, trabajábamos por turnos así que en el momento que llegásemos a la isla el que estuviera de guardia sería quien tendría tal honor.

Penguins
Pingüinos en isla Low

Con ese anhelo de estar en el primer viaje me acosté, mientras el barco proseguía su lenta travesía hacía la isla. Cuando me levanté y me dispuse para iniciar mi turno de guardia, ya hacía tiempo que la zodiac había ya salido hacía la isla, ¡mi gozo en un pozo!.

De todos modos, por un lado me alegré de no haber sigo de los elegidos, el mar estaba bastante picado y un desembarco en tierra desconocida con aguas que te cicatrizan de frío no era el plan más apetecible, pero la Antártida es así cualquier ventana de tiempo y mar aceptable tiene que ser aprovechada, porque no sabes si te pasaras 3 o 4 días capeando un temporal.

Es difícil trasladar las sensaciones que transmite la Antártida si uno las vive en directo, ya que se que decir esto suena a tópico viajero, pero realmente las fotos que puedo mostrar solo expresan los momentos de calma, aquellos en los que el cambiante tiempo meteorológico da una tregua y uno se atreve a sacar la cámara sin temor a lo que suceda, son reflejos por lo tanto de una realidad, pero edulcoran otros contextos que a veces surgen cuando menos te los esperas; de mis buenos momentos tengo muchas fotos, de mis momentos de tensión en la Antártida no tengo ninguna, solo recuerdos que solo entenderán quienes lo vivimos.

Y aquel día fue aquellos en los que el mar se puso bravo y la salida de la isla fue una pesadilla para ellos, ya que las olas comenzaron a romper con fuerza y se veían incapaces de salir de la playa; una de estas olas les pillo de improviso y la embarcación acabaría volcando y el personal nadando en las frías aguas de la Antártida. Aunque llevamos buenos trajes de supervivencia, a veces los mismos tenían pequeños puntos de entrada y muchas veces uno no cerraba completamente la capucha porque realmente molestaba un poco a la hora de trabajar.

Antartida
La playa en donde teníamos que hacer el desembarco

Uno de mis compañeros acabo sumergido por el golpe de mar y le entró una gran cantidad de agua en el traje, de tal modo que lo estanco ahora se había convertido en una bañera de cubitos de hielo y aunque consiguió evacuar la mayoría del agua, el traje no estaba ya seco y su temperatura corporal se redujo considerablemente.

El resto de compañeros consiguieron retomar la situación, colocaron de nuevo la embarcación en su posición natural y tuvieron la suerte de que la embarcación ni las petacas de gasolina se vieran afectadas, el motor volvió a rugir y salieron a velocidad de crucero de la isla.

Les quedaba un trayecto de 30 minutos hasta nuestro barco, con mala mar, algo de ventisca y con nuestro compañero que empezaba a pasarlo realmente mal por el bajón térmico.

Yo fui ajeno a todo esto, hasta que vi un gran revuelo en toldilla y el personal sanitario atendiendo a mi compañero que ya tenía los primeros síntomas de hipotermia; todo quedaría en un susto, pero de haberse enrocado la situación en la isla podría haberse encontrado con una situación límite.

Antartida
Yo en isla Low con un lobo marino

Durante el verano austral, la Antártida cuenta con muchos días soleados, donde la luz pervive sin dar relevo a la noche y en donde el mal tiempo rápidamente puede dar paso a un calmado paraíso visual y así fue como nos encontramos la isla Low unas horas más tarde cuando volvimos para finalizar el trabajo que habían iniciado mis compañeros.

En esta ocasión, era mi turno de ser un semipionero, el mar estaba ya más calmado y nuestro desembarco fue limpio y sin incidencias. La playa era un auténtico pedregal situado a los pies de un glaciar que casi tocaba con sus dedos de hielo las aguas, de hecho apenas había espacio para que nuestra zodiac descansase en tierra firme.

Mientras esperábamos por las medidas de calibración del GPS que habíamos instalado, pude disfrutar como nunca de la diversidad natural de la Antártida y me deje encandilar por los lobos marinos y los elefantes que descansaban plácidamente en el litoral de la isla.

Acabado nuestro trabajo, volvimos a nuestra embarcación y allí nos íbamos a enfrentar al mismo reto en el que habían pasado apuros nuestros compañeros, que era el hecho de salir de aquella playa con las olas batiendo contra nosotros.

Nuestro patrón escarmentado de la vez anterior y ya conocedor de la rompiente de la playa nos hizo esperar hasta el momento adecuado para iniciar la maniobra; así a su señal movimos rápidamente la embarcación hasta una profundidad que nos permitiese el motor sin riesgo. Al encenderse la hélice, los que sujetábamos desde el agua la embarcación, saltamos a la misma y una vez dentro y ya seguros navegábamos de vuelta al barco nodriza.

El patrón nos repetía «esto la última vez no fue así de fácil»; evidentemente el tiempo y el oleaje habían mejorado significativamente, pero el factor de la experiencia había sido crucial en la maniobra y parece que habíamos aprendido de nuestros fallos.

Isla Low
Atardecer sobre la Isla Low

No volví a ver isla Low hasta el año siguiente, el mar estaba en calma y un atardecer daba calidez su perfil. Parecía difícil de pensar que aquella hermosa isla podría volverse traicionera, pero así es la vida en los Polos.

Mientras la admiraba desde la distancia, aproveche para contar a los nuevos compañeros lo sucedido el día que desvirgamos aquella salvaje playa; es evidente que aquella historia, comparada con las grandes epopeyas de Shackleton o Amundsen, era prácticamente una anécdota insulsa y compararnos ni siquiera con ellos era hasta insultante, pero era la vivencia compartida por un grupo de gente, los mismos que se asustaron al ver a nuestro compañero muerto de frío y que habíamos estado en mil y un momentos de tensión durante nuestra campaña.

En aquel instante me di cuenta que el ser pionero no tenía nada de bonito, quizás era una gesta oficiosa que quedaba genial para contársela a amigos o a nietos, pero en un entorno hostil como la Antártida ser el primero suponía aventurarse a lo desconocido y de vez en cuando exponerse al peligro.

En esta carrera por destacar en la que estamos inmersa la humanidad moderna, el ser el primero en algo concede un boom de dopamina y admiración, que hace que muchos hagan todo lo que está en su mano por conseguirlo; pero yo no busque ser pionero me encontré con la posibilidad casi sin querer para luego alegrarme de no serlo, porque durante aquellos años aprendí que el mejor premio de aquel viaje a los confines del mundo son todos los recuerdos que recopile en mi memoria, aquellos paisajes, aquellas risas, el frío, la añoranza de casa, las conversaciones entre hielos, todo esa mezcla de sentimientos que aunque lo explique mil y una vez nadie va a conseguir entenderlo.

Da igual estrella de rock o futbolista de élite o explorador de tierras incógnitas, el verdadero mundo a descubrir es el de tus emociones, continente sin fin en el que tú y solo tu eres el único pionero.


Actualizado el 24 julio,2019.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño