Viajes en confinamiento

4 am y no puedo dormir, hoy quizás para mí ha sido el peor día de este Día de la Marmota llamado Cuarentena, hoy debería estar en Estambul viendo a mi novia a la que no veo desde hace meses, pero me encuentro en casa confinado como todos los españoles a causa de la crisis del coronavirus; para más inri gmail me ha enviado un correo recordándome el vuelo y me he puesto casi a llorar y a tener una pequeña crisis de ansiedad que arrastro hasta la hora de dormir.

No creo que os cuente algo que muchos de vosotros no estáis experimentando en mayor o medida, quizás para muchos sea la primera vez que estáis encerrados en casa sin salir, pero en mi caso no es la primera vez, pero aun así lo estoy sufriendo como el que más.

Antartida
Así lucía la base Gabriel de Castilla en aquel confinamiento Foto: Expedición antártica 2007/08

La primera vez que viví encerrado fue durante el tiempo (casi 2 años) que trabaje en la Antártida, hoy probablemente uno de los pocos lugares del mundo libre de la plaga del coronavirus. Aquellos viajes por el Polo Sur suponían largas travesías de navegación, evidentemente cada cierto tiempo parábamos en puerto y desconectábamos, pero a veces los periodos en el mar se extendían por un mes en la que solo veíamos mar y peces voladores.

Recuerdo que dormíamos 12 en un camarote en literas de 3, con turnos diferentes (por lo que siempre había movimiento) y con unas camas que ciertamente no eran muy cómodas. Ronquidos, ruido constante, malos olores especialmente si trabajabas en la maquina como yo y cada cierto tiempo temporales que te amargaban cualquier posibilidad de un sueño placentero.

No teníamos Internet (solo nos dejaban mandar emails), teléfono (5 minutos cada 3 días) o televisión, de hecho realmente gastábamos el tiempo viendo películas, leyendo o charlando entre nosotros. Al principio era duro no poder llamar o consultar internet, pero con los meses te olvidabas de ello y lo aceptabas con naturalidad, hasta tal punto que no lo echabas de menos.

Paso del Drake oleaje
Una ola rompe con violencia sobre la proa del barco al atravesar el Paso del Drake Foto: Campaña Antártica 2006/07

El principal problema de aquel tipo de confinamiento era que el barco se movía y a veces eso se volvía en una autentica pesadilla. Gracias a Dios no soy de esas personas que sufran mareos en la mar, de hecho era de los pocos que en el barco guardaban el tipo durante los temporales más fuertes sin vomitar, con todo esto no quiere decir que no los padeciera, de hecho recuerdo con desesperación cuando pasábamos el Pasaje de Drake y todo se movía (incluidos los muebles), las olas golpeaban con fuerza balanceando el barco hasta los límites de la física y uno era incapaz de dormir.

La primera vez que viví un temporal fue el peor momento de mi larga experiencia marinera y de hecho me dí cuenta de que por momentos la situación era complicada; con todo la gente parecía muy tranquila, pero realmente era todo una fachada de falsa tranquilidad que mostrábamos a los demás, lo pasábamos mal pero en el fondo no tuve en ningún momento ansiedad como estoy pasando en la actualidad con el coronavirus, quizás porque de aquella el único en riesgo era yo, ahora somos todos los de mi entorno y eso me genera mucha mayor tensión.

Antártida española
Desembarco en la base de Gabriel de Castilla antes de quedarnos confinados

Durante mi estancia en la Antártida, una vez nos tuvimos que bajar el material para abrir la Base de Gabriel de Castilla, normalmente desembarcábamos casi a pie de base, pero esta vez una intensa capa de hielo cubría parte de la bahía de Isla Decepción; encontramos un hueco para desembarcar y desde allí transportamos con trineos el material de los investigadores y militares como si fuéramos auténticos huskies siberianos. Entre viaje y viaje nos dimos cuenta de que la banquisa se estaba cerrando y en pocos minutos el hielo cubría por completa las aguas interiores de la isla, por lo que no pudimos volver al barco. Eso supuso que nos tirásemos una semana encerrados en la base, la cual estaba totalmente cubierta de nieve y tuvimos que abrir poco a poco los diferentes módulos a palazos.

Recuerdo que además de despejar la nieve de los edificios, otra de nuestras tareas fue calentar nieve para descongelar las tuberías, ya que pese al mantenimiento habitual con anticongelante estaban colapsadas por el hielo ya que había sido un invierno duro. Una de las consecuencias de esta situación era que, no podíamos ir al baño y teníamos que hacer nuestras necesidades al refrescante aire libre de la Antártida.

Como realmente nosotros bajamos a echar una mano, no teníamos ni ropa propia, libros, ordenadores o algo con el pasar el tiempo libre por la noche, trabajábamos, dormíamos y veíamos el paisaje; eso sí yo había bajado casualmente mi cámara de fotos y pude sacar fotos muy interesantes de la base nevada.

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Yo tras ayudar a liberar uno de los modulos de nieve Foto: Miguel Ángel Otero Soliño

Al día siguiente de empezar el aislamiento en la base, una foca apareció descansando entre el mar helado a unos metros de la base. La foca no se movió de allí en una semana. La escena era graciosa, porque nos levantábamos y veíamos el mismo paisaje y la misma foca en el mismo sitio. Pasados unos días ya era casi una broma y alguno de los aislados se empezaron a rallar y pensaron que la foca podía estar muerta y ahí fue uno con un remo para despertarla, la foca hizo un gesto de pereza, se movió un par de metros y otra vez a empezar la siesta de la «marmota polar».

Por un momento pensamos que quizás nos tocase quedarnos mucho tiempo encerrados en la base, ya que la situación no cambiaba y nuestro barco era incapaz de acercarse lo suficiente para recogernos. La situación era segura (allí en la base teníamos agua y víveres para aburrirnos), pero compleja en otros aspectos momentos ya que no podíamos ducharnos y más tarde o temprano llegaría el momento en que nos entraría ganas de defecar, algo que tendríamos que hacer en un contenedor de plástico, ya que las tuberías del baño estaban aun congeladas y en la Antártida no esta permitido dejar ningún tipo de residuo.

Foca antartica
La dormilona foca que no se movió en una semana de sitio o al menos eso nos pareció a nosotros Foto: Miguel Ángel Otero Soliño

Mi mayor temor era que una tormenta de nieve nos aislase en el interior de los edificios, con todo el tiempo del verano austral se estaba portando bien con nosotros. Con todo el confinamiento acabó y volvimos a nuestro amado barco, mientras que los militares del ejercito de tierra continuaron con la progresiva reapertura de la base.

Realmente nuestro confinamiento no fue nada de especial, cualquier comparación con las epopeyas de Shackleton o mismo de las trágicas situaciones de aislamiento por guerra, hace que nuestro relatos sean anécdotas divertidas y poco más. De hecho recuerdo que hicimos una parada en la base antártica argentina Primavera y ante nuestra historia de aislamiento él nos contó una historia relativa a un militar de la Base Belgrano II, según nos comentó que a esta base, situada en el medio de un glaciar, solo se podía acceder en helicóptero, pero para ello el barco nodriza tenía que acercarse lo suficiente para que la aeronave tuviera suficiente autonomía y esto a veces se complicaba por la existencia de hielo en el mar.

El relevo y el abastecimiento se producía una vez al año, por lo que el personal de la base permanecía aislado hasta el año siguiente, con pocas posibilidades de que si pasase algo te pudieran sacar de allí. Nos contaron que en el momento del intercambio daban la opción de quedarse un año más en la base, así que uno de los miembros de la dotación aceptó y amplio su estancia un año más; desgraciadamente al año siguiente el barco, aunque tenía capacidad rompehielos, fue incapaz de acercarse a distancia de seguridad para despegar el helicóptero, en consecuencia el personal tuvo que esperar hasta el año siguiente cuando las condiciones meteorológicas mejoraron.

Base Belgrano II Foto: wikipedia

Aquel hombre voluntario al final pasó 3 años de su vida en una base completamente aislado, sufriendo la violencia de la dureza climática antártica y las noches de 6 meses. La parte de suministros era relativamente fácil de llevar, tenían almacenada comida para años (en túneles cavados en el glacial) y además siempre podrían sobrevolar aviones y lanzarles material en caso de extrema urgencia, pero la parte psicológica seguramente era dura y en 3 años tu vida exterior cambia completamente.

Uno de los grandes dramas de vivir confinado es cuando algo grave sucede en tu entorno, recuerdo cuando al contramaestre se le murió el padre en plena campaña y no pudo acudir al entierro, ya que era imposible el regreso en tiempo y forma. Sus lagrimas me calaron, al igual que a las de un marinero que recibió la noticia de que uno de sus mejores amigos había muerto, son situaciones muy duras y difíciles de llevar y fueron uno de los motivos por los que decidí dejar aquella vida, emocionante y divertida por momentos, trágica en otras.

Mi abuelo fue cocinero en barcos pesqueros y realizaba navegaciones de larga duración, recuerdo que mi madre me decía que cuando volvía no lo reconocía y pensaba que era un intruso en la casa. Mi abuelo se entero de la muerte de mi abuela estando embarcado, aceleró al máximo el regreso, pero solo pudo llegar cuando ya hacía días que el funeral se había acabado.

He conocido decenas de historias de confinamiento más, por ejemplo de la familia de fareros de Cabo de Hornos, que vivían solos en la isla y pasaban semanas a veces sin salir del faro por el mal tiempo, son historias con una parte muy dura y emocional, pero que te recuerdan que a veces nos quejamos por vicio, realmente vivimos nuestra realidad y magnificamos lo nuestro, pero nos olvidamos de lo privilegiados que somos.

Faro Cabo Hornos
Faro de Cabo de Hornos Foto Miguel Ángel Otero Soliño

Hoy permanecemos confinados con Internet, móvil, videojuegos y un catalogo de series hasta aburrir, lo hacemos porque necesitamos evitar que nuestros mayores mueran, aquellos que levantaron nuestro país y nos cuidaron con cariño. No es tan difícil, aunque duela y a mi me este costando noches sin dormir.

Recuerdo que en aquellos viajes en confinamiento empece a escribir y de aquello surgió un relato sobre la Antártida que fue publicado en formato ebook por el el diario español La Vanguardia, que podéis descargos aquí si estáis interesados.

Hoy escribir me relaja y me transmite buenas vibraciones y es uno de los legados más bonitos que me dejo esa historia de confinamiento aunque no fue el único, hay miles de momentos divertidos que recodaré para siempre, de hecho yo no sería quien soy sin todo lo vivido en aquellos confinamientos.

Pensemos en lo positivo, en que ahora vamos a valorar más la vida y la libertad, que a la naturaleza le hemos dado un respiro y que se ha demostrado que somos más vulnerables de lo que creemos y que esperemos que la gente entienda que la inversión de verdad es en ciencia, naturaleza y salud y no en ladrillo y cosas materiales. Seguramente este recuerdo estará presente en una generación y debería ser una fuerza demoledora ante los desafíos futuros de nuestro planeta como sucede con esa amenaza llamada Cambio Climático que muchos niegan.

No hay confinamiento que mil años dure, todos anhelamos la libertad, pero ahora se nos pide ser responsables, es hora de quedarnos en casa y ayudar a nuestros países es hora de luchar aislando juntos a nuestro enemigo, que hoy se llama coronavirus, pero en el futuro quizás adopte otro nombre.

Es tiempo de luchar y en mi caso de relajarme y olvidarme de la ansiedad de perderme un viaje y no ver a mi pareja, porque al final, como decía canción de Mercedes Sosa, todo cambia pero no cambia mi amor, por mas lejos que me encuentre. Te echo de menos, pero todo pasara y volveremos a estar juntos.


Actualizado el 7 abril,2020.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño