El peso de la historia es tatuaje de sal y espuma, y allí donde Cabo de Hornos ya es el fin del mundo nace un pasaje de leyenda, de olas salvajes y de agotadora insistencia, donde Neptuno y sus tritones se aliaron para recordar que son ellos quienes gobiernan el mundo; Paso del Drake, te devuelvo mi pendiente marinero, por favor dame tu autógrafo de gloria.

En 1578, Francis Drake se hinchó de locura y se dice que tras atravesar el Estrecho de Magallanes optó por poner rumbo al infinito Sur antes de concluir la que sería segunda vuelta al mundo de la historia, bautizando así para siempre este desdichado pasaje de oleaje imprevisible que separa Sudamérica de la Antártida.

La mar nos acuna con cierto grado de violencia y nos recuerda con su cruel nana el arrojo que debieron poseer aquellos primeros locos exploradores, masocas de la mar que como yo seguramente tampoco consiguieron conciliar el sueño, atormentados por el interminable crujir de la madera de las literas y por el continuo balanceo. Los objetos caen, pero Morfeo sigue sin venir al rescate, parece que las ojeras se visten de gala para homenajear a la Virgen del Carmen.

Son días de paciencia, paciencia y más paciencia; de silencio que invade los pasillos y de insípidos bocadillos. Con todo, el también conocido como Mar de Hoces, está siendo relativamente benigno con nosotros y esta vez solo la mitad de la tripulación está sufriendo orgasmo de biodramina y vómitos, incluso entre pantocazos aun puedo lanzar algunas fotos agarrado con arnés al marco de la puerta estanca; imágenes que muestran el paso de las olas arrasando la toldilla y que en cada encuentro escoran al navío que por momentos exhibe la quilla.

Tras tres días de pesadilla, los nudos ya se vuelven millas y con ansiosa pereza ya se asoma Tierra de Fuego y con ella Ushuaia con su hermosa y calma bahía. Esta vez el barco no muestra destrozos, y ningún albatros alza su vuelo, hoy dormiremos en tierra firme, Drake hemos arribado a tu orilla.

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Actualizado el 4 marzo,2016.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño