El Duero discurre a lo largo de la península ibérica hasta que muere vertiendo sus aguas en plena costa atlántica. La desembocadura es abrupta con laderas de gran pendiente, pero esto no evito que los griegos lo vieran como un lugar idóneo para establecer un asentamiento portuario que fue llamado Cale y que derivaría en Portus Cale ante la llegada de las legiones romanas.
Este pequeño centro comercial crecería con la reconquista cristiana de la península ibérica, configurando una ciudad dinámica y de altas miras llamada Oporto, que serviría de plataforma sobre la que se desarrollaría el reino de Portugal, de hecho el topónimo de Portugal deriva lingüísticamente de aquel Portus Cale primigenio.

La ciudad portuaria siempre se ha nutrido de los vaivenes de su río, el cual dividió a la ciudad en dos municipios Oporto y Vila Nova de Gaia, estableciendo una dicotomía que aun hoy se mantiene.
Una separación física que se trasladó también a la actividad vital de la ciudad, así mientras que Gaía concentraba las bodegas en donde se criaba el caldo gestado en explotaciones vitícolas río adentro, Oporto concentraba la vida mercantil y construía importantes edificios públicos financiados en parte por los beneficios del próspero negocio del vino. Con el tiempo la ciudad redujo la separación entre ambas riberas construyendo puentes de indudable atractivo, dentro de los cuales el puente de Don Luis I destaca sobre todos.

El puente de Don Luis no es solo una obra ingeniería magistral, sino un elemento que permitió la integración entre ambas orillas, al facilitar el acceso del tráfico de peatones y de transporte rodado. Esta bella pasarela de hierro de 385 metros de longitud, queda sostenida por un arco de 172 metros de longitud y 44 metros de alto, la cual genera la estampa más fotografiada de la ciudad.
Hecho de hierro forjado, el puente es comúnmente confundido como obra del célebre Gusteve Eiffel (autor del cercano puente de María Pía), pero fue diseñado y ejecutado Téophile Seyrig, el cual en 1886 presento en sociedad una estructura con dos niveles de tránsito.
El nivel superior parte de las proximidades de la Catedral y contacta con la otra vertiente a la altura del monasterio de Sierra de Pilar; aunque antiguamente servía al tráfico rodado, incluido de trolebuses, hoy en día su trazado forma parte de la red del excelente metro de la ciudad, el cual ocupa la parte central del paso dejando amplias aceras peatonales a ambos lados que permiten a los turistas disfrutar de la majestuosidad y hermosura de la ciudad, con una vista panorámica sobre el río que es impagable.
Esta plataforma superior también constituye un mirador ideal para acercarse a la dimensionalidad vertical de las murallas Fernandinas, que se extienden por uno de sus laterales, recordándonos aquel carácter inexpugnable del cual siempre presumieron sus ciudadanos.

Ya si nos dirigimos al piso inferior, podemos descubrir que su presencia sirvió de cordón umbilical de dos de los elementos claves de la ciudad, por un lado la belleza portuaria de la Baixa y por otro las bodegas de vino que dan esencia a Gaia. Quizás sea este el nexo más productivo otorgado por el puente, ya que culmina la unión de dos áreas enfrentadas visualmente pero muy próximas en lo que respecta a su devenir histórico.
Este tramo está abierto al tráfico, pero a la par constituye un elemento peonil de primer orden y los visitantes caminan entre sus hierros mientras desean que una de las barcazas del vino decoren sus fotografías.
La presencia de este puente configura lo que es hoy en día Oporto, es como un músculo que cruza y da sentido a la ciudad, el corazón de la localidad que definió una nación sin complejos, la esencia de una tierra llamada Portugal.
