Probar un nuevo vino siempre es una experiencia agradable, ya que cada caldo trae integrado la riqueza de una tierra, olores y sabores que se entremezclan con las tradiciones y que convierten a cada vaso en una lección sobre lo mejor de cada ciudad, no existiendo mejor ejemplo que el caso del Vino de Oporto.

El de Oporto es un caso único, se trata de vino fuerte y dulce a la vez, consecuencia del brandy que se añade para detener su fermentación y que facilitaba el transporte oceánico, de hecho una sola copa es suficiente para notar sus alegres efectos espirituosos. El vino, que suele ser módico en sus precios, se suele servir a temperatura ambiente y es muy apreciado en aperitivos y sobremesas.

Curiosamente este vino no es cultivado en el municipio de Oporto propiamente dicho sino en las riberas del Duero río arriba, pero conserva el prestigioso nombre de la ciudad ya este era este el puerto desde donde se comerciaba al exterior. El vino llegaba en toneles transportados sobre barcos tradicionales de madera que remontaban los meandros del río con verdadera pericia; aun es posible ver muchas de estas embarcaciones en los muelles de Vila Nova de Gaía, aunque las mismas ya solo son utilizadas con fines turísticos.

En la ribera del municipio de Gaía es donde asientan la mayoría de las bodegas las cuales casi todas organizan visitas guiadas o catas en sus instalaciones. Muchas de estas compañías tienen nombres ingleses, ya que durante siglos el vino de Oporto fue consumido y comerciado casi en exclusiva por los británicos, que tenían un poderoso monopolio sobre la producción de esta bebida muy apreciada en las islas.
A día de hoy el «vinho de Porto» está abierto a todo el mundo siendo uno de los principales atractivos gastronómicos de la ciudad y un lujo de sabores recomendable a quien se deje caer por el Norte de Portugal.