Resulta contradictorio, pero pese a que vivíamos en pleno paraíso atlántico, cuando era un jovenzuelo mi familia solía huir en vacaciones al interior de la península y más en concreto a Cuenca. Veranos de sol, pinos y piedra cincelada por el viento marcaron gran parte de mi adolescencia ya que mis primeros amores nacieron donde la gente española cree que está el fin del mundo.
Uno de los recuerdos más inocentes y a la vez hermosos que tuve fue el verano en que me enamore de una chica de cuyo nombre no quiero acordarme, pero cuyos besos de aroma a cigarrillo aun son sentidos pese a que son muchos los años que han pasado.
Ella era hermosa, de mirada tierna y su hablar estaba impregnado de ese acento conquense incapaz de pronunciarme bien mi nombre que se convertía en Migel en vez de Miguel. Recuerdo aun nuestras conversaciones a escondidas por aquello del que dirán, de nuestros besos furtivos en senderos poco transitados y de aquellos sentimientos encontrados, pero curiosamente, pasados los años, lo que más recuerdo de ella es una charla medio en risas sobre el cabreo que tenían los conquenses sobre los tópicos y errores que versaban sobre ellos.

El tema le tenía un poco mosqueada por no decir bastante, odiaba aquello de poner a alguien mirando a Cuenca o mismo que las Turbas de Semana Santa fueron consideradas poco más que una procesión de borrachos; pero sin duda lo que más resquemor le producía era que alguien llamara a las famosas Casas Colgadas con el nombre Casas Colgantes.
Yo que todo la vida las había las había llamado Casas Colgantes me callé para no quedar mal, pero en el fondo el que estaba «colgado» era yo pero en este caso de ella, así que si por ese amor uno tenía que cambiarle de nombre al monumento se hacía y punto y desde aquella nunca las volví a denominar así.
El amor murió al finalizar aquel verano y nunca supe más de ella y ya metido de pleno en mis años universitarios deje de ir a Cuenca en verano; resulta paradójico pero fue precisamente cuando deje de ir cuando me enamoré profundamente de Cuenca y me convertí en su máximo defensor, de hecho aun corrijo a quienes siguen llamando Colgantes a las que son Colgadas.
Influyó sobre todo el hecho de que la colección de buenos recuerdos era inmensa, aquellas caminatas por el bosque con la silueta de los buitres leonados, el «llanto» del río Cuervo en su nacimiento, la catedral de Cuenca y su hermosa fachada, los amores, las fiestas, las amistades que nacían y desaparecían cada año, todo ese entorno de emociones que por ahora solo Cuenca ha logrado trasmitirme.
Durante años he sido un Quijote luchando contra los molinos formado por mis amistades, un duro rival que siempre a base de cascarillos ha despreciado el lugar como destino turístico pese proponerlo en innumerables ocasiones, pero que con el tiempo muchos han caído en su encanto, porque Cuenca tiene esa magia ese retorno en forma de emociones que se trasmite a través de la piedra y que es captado por nuestros ojos.
Una belleza única que se hace celestial cuando uno admira al atardecer la exhibición arquitectónica de las Casas Colgadas desde el puente peatonal que cruza el río Huécar, porque Cuenca es así enamora y no deja indiferente porque a veces es bueno ir al «fin del mundo» y dejarse de prejuicios viajeros y así poder disfrutar de lo bueno que nos da la vida.
Actualizado el 8 noviembre,2016.
¡¡Bonito contraluz de Cuenca!!
Me gustaMe gusta
Gracias :), es un sitio muy hermoso
Me gustaMe gusta