Los hoteles forman parte del trasfondo necesario del mundo de los viajes, algunos son hermosos y simbólicos, pero pocos han conseguido integrarse de forma tan profunda en el perfil psicológico y emocional de una ciudad como lo ha hecho el Château Frontenac en la ciudad de Quebec.

Lo más sorprendente de este majestuoso complejo hotelero, auspiciado a finales del siglo XIX por la Canadian Pacific Railway para alojar a sus clientes, es su capacidad de integrarse en uno de los pocos cascos antiguos de relevancia que aun perviven en Norteamérica; no solo se amolda a la perfección en este conjunto patrimonial de la Unesco, sino que le confiriéndole un perfil solemne y desgarradoramente bello.Sus 611 habitaciones y suites desprenden un aire señorial y europeo que recuerda al de los castillos franceses, un noble diseño creado a partir de los bocetos del arquitecto Bruce Price cuya obra se fue desarrollando en innumerables fases hasta su conversión final en hotel de gran lujo en el año 1993.

Mas allá de su llamativa fachada y tejados de pendiente vertiginosa, el elemento exterior más sorprendente del hotel Frontenac es su espectacular edificio principal que es el que transmite la sensación de castillo o château a todo el monumento. Este torre se eleva sin miramientos hacía el cielo de una forma similar a como lo hacían las torres de homenaje del Medievo y su perfil es visible desde prácticamente todos los puntos de la ciudad.
Lujoso y cálido interior, la atmósfera del hotel no es solo ideal para aquellos que quieran organizar un viaje por la hermosa Canadá, sino que también está habilitado para albergar congresos y actos públicos o sociales de todo tipo; de hecho a lo largo de su corta historia ha servido de sede de importantes eventos internacionales como el caso de las Conferencias de Quebec, así como de escenario de películas como sucedió con el clásico «Yo Confieso» de Alfred Hitchcock.

Auténtico símbolo de la identidad de Quebec, el Château Frontenac es de esos edificios que no dejan a uno indiferente, una joya de la arquitectura que sorprende en una Canadá carente de referencias monumentales históricas, un hotel que enamora y que pese a que uno no se aloje en él embellece por sí mismo nuestras vacaciones.
Actualizado el 8 julio,2016.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño
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