Existen paraísos naturales que desaparecieron para siempre, espacios cincelados por el arte de Gaia que hoy son solo tristes recuerdos fotográficos y cuya destrucción aún nos recuerda el dañino efecto que tiene el progreso no sostenible.
Uno de los ejemplos más sonrojantes fue la destrucción de los Saltos del Guairá (o del Salto das Sete Quedas en portugués) en la frontera que separa Brasil y Paraguay.
Se trataba de uno los saltos más caudalosos del planeta llegando a verter hasta 13.300 m³/s, superando a cascadas míticas como las del Niágara o Iguazú; tenía 18 caídas de agua (las siete mayores le daban su nombre en portugués) que en su descenso de cerca de 40 metros generaban un estruendo que podía ser escuchado a decenas de kilómetros de distancia.

Generada por el río Paraná al introducirse en una profunda angostura, constituía el mayor reclamo turístico de la región, pero lamentablemente fueron sacrificados para la construcción de la Presa de Itaipú, una majestuosa central hidroeléctrica que a día de hoy cubre gran parte del consumo eléctrico de Brasil y casi la totalidad del de Paraguay.
Estos saltos, que en el pasado suponían el límite hasta donde se podía remontar por vía fluvial el Río Paraná, son uno de los recuerdos visuales más añorados por los habitantes de la zona quienes accedían a las mismas a través de unos vistosos aunque endebles puentes colgantes; de hecho muchos sufrieron una angustia vital cuando las aguas de la represa cubrieron las cascadas haciendo desaparecer las mismas para siempre.

Lo que nos recuerda los Saltos del Guairá es que la destrucción de un espacio natural es una herida que nunca se cura y que se transmite entre las generaciones, una sangría que no se debería justificar con ningún fingido progreso, ya que ninguna presa ni su potencia pueden intercambiarse por la visión de un monumento natural en plena explosión de sensaciones.
Hoy solo quedan fotos cuyo color parece mustio con el paso de los años, porque los Saltos del Guairá es un paraíso que nunca volverá y que muchos de nosotros nunca pudimos disfrutar. Maldita sea quienes impidieron habernos conocido.


Actualizado el 21 agosto,2024.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño


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