Olinda, la extraña historia de un viaje sin fotos

Los viajes siempre están llenos de anécdotas, desarrollos argumentales únicos que convierten a un destino en un recuerdo imborrable; puedo decir que el día que visite Olinda en Brasil viví uno de esas experiencias que uno narra solo en ocasiones especiales, pero por desgracia no puedo mostrar en imágenes porque eso es parte de la gracia de la historia.

La llegada a Recife y a un nuevo continente

Era el año 2006 y tras cruzar navegando todo el Atlántico recién habíamos arribado al estado brasileño de Pernambuco, donde haríamos una escala en Recife antes de alcanzar nuestro destino final en la Antártida.

La llegada a puerto es siempre un momento muy especial para los marinos ya que no solo supone romper la rutina, sino también la oportunidad de descubrir un nuevo destino; para mi era más emocionante aun si cabe ya que era la primera vez que cambiaba de continente y tenía ante mí un nuevo país lleno de sorpresas, desafortunadamente era el novato y me tocaba hacer la primera noche de guardia en puerto. Así mientras mis compañeros salían a disfrutar de tierra firme, yo hacía mi guardia en el portalón mirando con desdén el tránsito portuario, un aburrimiento supino del que solo conseguía evadir cuando practicaba funciones de mi nueva cámara y hacía cábalas de las miles de fotos que iba a sacar en los días siguientes.

Recife
Puerto de Recife  Foto: Miguel Ángel Otero Soliño

Novatada viajera

En cuanto pude huí con premura del aquel altar a la monotonía y fui en búsqueda de un hotel donde descansar un rato antes aventurarme a descubrir la ciudad. Al llegar al alojamiento, donde también se alojaban otros colegas de trabajo, tuve mi primera novatada viajera al descubrir que los enchufes no eran iguales a los de España y no podía cargar mis dispositivos; de tanta frustración acabe por reventar el enchufe al intentar introducir el cargador que parecía que iba a entrar pero no lo hacía, momento en que me dí cuenta que el mundo no se mueve a veces por patrones lógicos, como el tener el mismo tipo de enchufe.

Olvidado el percance, tras una siesta reparadora, el resto del día se resume en fiesta, bebidas con nombres tropicales y una resaca que aun recuerdo con dolor. Al levantarnos al día siguiente alguien propuso ir a Olinda, una localidad cercana a Recife que nos había comentado que merecía la pena visitar. Así que sin pensárnoslo y sin ninguna cámara con batería (todos habían sufrido el tema de los enchufes y los móviles de aquella tenían cámaras pésimas) tomamos un taxi y nos dirigimos a la aventura de lo desconocido.

Olinda, una bella sorpresa 

Olinda fue una sorpresa inesperada, ningún de nosotros sabía previamente que sus edificios e iglesias, que se levantaban de forma anarquica entre retales de vegetación tropical, eran mecedores de la máxima consideración de la Unesco; predios que destilaban colonialismo portugués y que lucían un aspecto exterior descuidado, casi cercano al abandono, algo desgraciadamente muy típico en los cascos históricos brasileños. Con todo Olinda era bella y en el pasado debió serlo más, ya que la leyenda dice que su topónimo nació de la boca del donante de estas tierras, Duarte Coelho, que siglos atrás exclamó «Oh linda situación para construir una villa«.

Mientras caminábamos entre calles mal asfaltadas y gente sentada a la puerta de sus casas, nos llamó la atención un negocio donde, entre otras cosas, vendían cámaras de usar y tirar; era ya algo obsoleto para aquella época, pero dado que todos queríamos retratar aquel pintoresco municipio compramos una en común, con la promesa de repartirnos las instantáneas en cuanto pudiéramos revelarlas.

Por momentos parecía que nos movíamos guiados por el divertido espíritu del carnaval de Olinda (uno de los más famosos y auténticos de Brasil) y empezamos a sacarnos fotos de cachondeo hasta sufrimos la pesadilla del  viajero analógico y nos quedamos sin carrete.

Un guía improvisado que guardaba una sorpresa

El fin del «reportaje fotográfico» se sincronizó con nuestra hambre y así que decidimos preguntar por un restaurante a un hombre que en ese mismo momento se cruzaba delante nuestra; sin recordar como, el paisano acabó no siendo solo nuestro guía gastronómico sino también turístico.

El «guía» nos marco el paso a lo largo de un tour callejero con el que nos enamoramos profundamente de alma de Olinda; con todo también nos había desorientado y alejado del centro, no sabíamos muy bien donde estábamos y así que llegado un momento decidimos acabar con aquel paseo y le pedimos que nos pidiese un taxi para marcharnos de vuelta a Recife. El hombre que en todo momento se había comportado con extrema amabilidad, nos llevó a una plaza y dijo que iba a hablar con un amigo taxista y que esperásemos allí; en ese momento me di cuenta que no había turistas y estábamos solos allí, pero aun así no le dí más importancia ya que el ambiente parecía seguro. Empezamos a comentar entre nosotros cuanto le deberíamos pagar y tras un breve debate acordamos un precio global más que justo, pero el guía tenía otros planes en mente…

Olinda Pernambuco
Dado que no pude obtener ninguna foto durante la excursión a Olinda, solo me queda el recurso de las de fotos de Wikipedia

El hombre llegó acompañado de 3 personas, una de ellas era el taxista y otras no sabíamos quiénes eran pero pronto descubrimos que venían a intimidarnos; más llegar y prácticamente sin mediar palabra nos pidió una cantidad desorbitada por sus servicios, momento que nos dimos cuenta que aquello era una trampa. Le dijimos que le íbamos a pagar la cantidad que habíamos acordado entre nosotros y nada más que eso, ante ese comentario el hombre borró toda su amabilidad y se puso en modo amenazante, diciendo que le teníamos que pagar lo que él pedía y que hasta nos hacía un favor porque éramos españoles puesto que a los americanos les pedía más. De nuevo le respondimos negativamente, ante lo cual la amenaza subió de tono mientras sus «colegas» nos miraban desafiantes; en ese momento comenzamos a temer que aquello acabase mal, no negociábamos con el chico amable que nos había dado un paseo agradable por Olinda, era un chantajista que ahora nos amenazaba y vete a saber si sus acompañantes no venían armados.

La escena ya estaba llamando mucho la atención en el vecindario y el falso guía se estaba poniendo más nervioso y así que decidimos darle algo más de dinero, pero no todo lo que pedía alegando que nos lo habíamos gastado todo en la comida. Finalmente, tomó el dinero y se fue murmurando maldiciones en portugués, mientras nosotros nos quedamos a solas con el taxista.

El taxista que no era taxista

Recordándolo no se porque nos montamos en aquel taxi (vista que era el recomendado por el estafador) y más aún cuando minutos después de salir el conductor quitaba la luz de taxi del techo, pero creo que teníamos tantas ganas de marcharnos de allí que nos dio igual. Habíamos negociado el mismo precio que nos había costado el viaje de ida con taxímetro, pero con lo que no contábamos es que íbamos a hacer el recorrido a la velocidad de la luz; el falso taxista, sin hablar en todo el trayecto, fue capaz de llevarnos a más de 100 km/h por carreteras congestionadas y adelantando por cualquier hueco que apareciera; realmente no se como sobrevivimos a aquella travesía, pero no dudaría en afirmar que aquello fue uno de los momentos más peligrosos de mi vida. Por suerte llegamos sanos y salvos al hotel de Recife y tras cenar salimos de noche y nos olvidamos de aquella loca aventura.

Al día siguiente regresé al barco a recoger ropa y me encontré al falso taxista en el portalón mientras intentaba vender marisco a los oficiales. Al verlo yo me reí y él conmigo; Recife no es precisamente una ciudad pequeña, pero me había encontrado al mismo personaje y haciendo una actividad completamente opuesta.

Le dije «Que taxista ¿no?» y él me respondió «taxista, pescador, consigo prostitutas… hago de todo ¿Qué necesitas?«, «de ti y de tus amigos mejor no quiero nada» le espeté mientras entraba en el barco y le recomendaba al oficial que negociaba no comprar nada de él.

Un viaje sin fotos y un deseo de futuro

Os preguntaréis que paso con las fotos de este viaje, sencillamente no lo sabemos. La persona que quedó como garante de aquella improvisada cámara dejó olvidada la misma, bien en aquel infernal taxi o en hotel donde nos alojamos (él no se acuerda), pero sea como sea nunca llegamos a ver aquellas instantáneas; nos perdimos con ello la posibilidad de recordar mejor aquella aventura o mismo mostraros la foto de aquel guía estafador, así que solo me queda el consuelo de guardar aquel momento en mi mente y almacenarlo en el repertorio de batallitas de viaje para contar a los nietos.

A veces pienso que quizás alguien encontrase aquella cámara y reveló las fotos, por eso si un día regreso a Pernambuco a lo mejor me encuentro nuestras fotos en el mural de una cafetería o en la casa de alguien, ojala suceda porque sería divertido recordar en imagenes aquel loco y disparatado día en Olinda.


Actualizado el 31 enero,2017.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño