Ahora que la gente en Galicia vuelve a hacer las maletas por la crisis y huye de su tierra para reiniciar su vida en cualquier rincón del mundo, la morriña se ha vuelto a regenerar como el sentimiento más existencial de los gallegos.

De hecho, una persona no puede definirse como gallega si alguna vez no ha sufrido esa amargura, ese encogimiento del alma que uno experimenta cuando uno abandona temporal o definitivamente Galicia, esa sensación que te aflige por no saber cuando uno volverá a sentir el olor de sus bosques, el sabor de los productos de la tierra, ese paisaje de mil ríos y regatos que empapa tus ojos de las mismas sensaciones de perdida que sintió Rosalía de Castro cuando dejo su tierra natal rumbo a Madrid y que con tanta amargura reflejó en su celebre poema «Adiós ríos, adiós fontes«.
Pese a ser una palabra procedente del gallego, «la morriña» hace tiempo que se adaptó al lenguaje castellano como sinónimo de «tristeza o melancolía, especialmente la nostalgia de la tierra natal»; pero los gallegos no somos personas tristes, ni más sentimentales que el resto y esas explosiones de lágrimas y de añoranza no son más que el fruto de las duras decisiones que nuestro pueblo ha tenido que tomar a lo largo de la historia, porque los gallegos hemos sido valientes a la hora de coger maletas y dejarlo todo para buscarnos un nuevo porvenir, una decisión dura que siempre nos ha dejado duras heridas en el corazón.
Aun recuerdo con aflicción cuando mi tía abuela regresó de Brasil tras décadas en su propio exilio personal. Nunca olvidaré las lagrimas de mi familia, de como mi abuelo no dejaba de abrazarla, de como los sentimientos acumulados a lo largo de los años la transformaron de nuevo en gallega; una sensación que incluso me emocionó a mí, un niño que jamás había tenido nostalgia de nada y que descubría de golpe toda la emotividad y dureza de la vida.

Ahora cuando veo aquellos que critican a los emigrantes como causantes de todos los males, o bien quienes consideran la huida de tantos jóvenes españoles a Europa, valorándolos como simple aventureros o como una mera migración interior, le debería recordar que la emigración es una de las decisiones más duras que hay y que aquellos que presumen de patriotismo e identidad a costa de desvalorar la humanidad a los expatriados, decirles que no son verdaderos gallegos, son gente cuya humanidad se perdió y que han renunciado a sus orígenes e historia, porque uno no puede ser de Galicia sin tener genes emigrantes o haber sentido alguna vez en su vida el amargo sabor de la morriña, porque emigrar no es viajar, es un tránsito duro, no voluntario y que deja muchas secuelas, a veces muy difíciles de olvidar.
hola!
mira esto de la morriña es la hostia jejeje yo soy italiano y he vivido en galicia (la zona de ourense) durante 3 años de 2005 a 2008.. pues luego me he ido a barcelona a trabajar hasta hace 2 meses.,., después de un tiempo no podía ya estar ahí: demasiado diferente la manera de ser de la gente, demasiado lejanos todos… ahora estoy en la coruña.. 🙂
ciao!
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Pues si has sentido la morriña ya eres un gallego de verdad, bienvenido de nuevo a tu casa 🙂
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Yo pienso que la morriña la siente cualquier persona que deja su tierra,, yo emigré de la Castilla rural hace años y te puedo decir que la sentí y mucho.
Muy buen post,
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Por supuesto, no es nada exclusivo de los gallegos tener ese sentimiento de añoranza a nuestra tierra. Lo he centrado en Galicia porque yo soy de allí, pero en el fondo el artículo es mas una critica a quien desvaloriza a la emigración o quien critica a quien la ejerce, porque en el fondo es una decisión muy difícil y dura especialmente cuando te ves obligado a hacerla no por una decision personal de mejorar profesionalmente o conocer mundo, sino porque no tiene alternativa. Por eso lo que pretendo mostrar que criticar al emigrante es criticarnos a nosotros mismos, lo cual no va en contra de que existe una regularización de fronteras y un control de las mismas. Porque quien no tenga genes de emigrante, que tire la primera piedra
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Los gallegos la hemos manifestado de manera constante porque hemos sido el pueblo emigrante por antonomasia de la península, y porque como buenos atlánticos aunque no siempre tristes somos bastante melancólicos. Todo el mundo tiene apego por su país pero en nuestro caso nuestra identificación con Galicia suele ser muy acusada. Un gallego se da cuenta realmente de lo que es cuando se va a vivir fuera de Galicia.
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