La península del Morrazo siempre fue una tierra singular donde las ges se convierten en jotas y donde las playas se nutren de la belleza del Atlántico; un espacio de hermosura singular donde un día del año 1551 nació una mujer, María Soliña, que con el tiempo se convertiría en un auténtico mito de los tiempos oscuros en los que todavía gobernaba con fuerza la sombra de la inquisición.

La historia de María Soliña (Soliño según otras fuentes), es digna de película, de hecho incluso existe algún largometraje sobre su historia. Leyenda que se ha transmitido de generación en generación entre los habitantes de la villa de Cangas, como símbolo de la enorme injusticia que se cometió sobre ella.
María no fue más que una víctima colateral de la invasión que sufrió Cangas a manos de los piratas turcos, los cuales arrasaron el pueblo en el año 1617. Muchas mujeres perdieron a su marido o fueron violadas por los saqueadores y en consecuencia algunas nunca retomaron su cordura. La mayoría de las familias nobles además, perdieron sus riquezas lo que hizo que estos linajes privilegiados tratarán de recuperar su estatus social apoderándose de las pertenencias de estas viudas; para ello se armaron de todos los recursos posibles incluyendo sus contactos con la siempre temible Inquisición.

María Soliña enviudo y perdió a su hijo tras el ataque turco, como consecuencia heredo un envenenado patrimonio que rápidamente atrajo la atención de los codiciosos. Aún afectada por su desgracia familiar, comenzó a caminar sola de noche por la playa donde habían muerto sus seres queridos, lugar donde la brisa de tierra parecía que mitigaba sus penas. Este comportamiento llamó la atención del pueblo y el chismorreo fue canalizado en una acusación de brujería ante la inquisición.
La Inquisición acusó a María de vender su alma al Diablo y la torturó con dureza, hasta que la misma falsamente declaro su asociación con el demonio y su hacer de bruja durante décadas. Con esta declaración, María fue despojada de sus posesiones (que fueron sigilosamente repartidas entre los nobles) y se le condenó a lucir un Sambenito, prenda que la marcaba como proscrita ante la sociedad.

María, que ya era anciana cuando se produjo la condena, murió poco después de su trágica tortura. No se guardó ningún acta de su defunción, hecho que disparo la imaginación colectiva de la gente del Morrazo. Así, para algunos, María murió en la hoguera, mientras que para otros aún sigue viva, de hecho aún recuerdo como un familiar, me contaba de pequeño que a veces podías encontrar su espíritu en forma de meiga vagando en soledad por las playas en las frías noches de invierno.
Leyendas que en mi familia siempre han estado muy presentes, porque yo soy de apellido Soliño y mi madre es de Cangas. Llevo con honor un apellido marcado por una injusticia, aunque esta no sea un triste ejemplo más de todas aquellas que se cometieron a manos de la Inquisición y en nombre de la codicia humana.
Un recuerdo etéreo, que el famoso gaitero gallego Carlos Nuñez materializo en la que para mí es una de sus mejores canciones, melodía con la que cierro este alegato en favor de aquella bruja que nunca lo fue y que nunca debió caminar en soledad.

Actualizado el 28 agosto, 2024.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño

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