Hacemos sonar la campana tal como nos habían indicado y oteamos la otra orilla con curiosidad para ver si el barquero reacciona a nuestra presencia; dicho y hecho pasados unos segundos la barcaza comienza a moverse y se dirige ya hacía nuestra posición en puro silencio sepulcral, por momentos nos sentimos como si estuviéramos en el Hades y el mismo Caronte estuviera a punto de llevarnos de paseo.
Pese a mi extenso bagaje marinero, reconozco que hasta mi reciente visita a Basilea en Suiza nunca había escuchado hablar de este tipo de transporte, y eso que aparentemente existe en muchos lugares del mundo, pero fue verlos moverse en directo y caer enamorado porque sin duda los transbordadores de cable son uno de los medios de comunicación más sorprendentes que haya conocido nunca.

Cierto es que a día de hoy la función de estos centenarios ferrys es limitada, ya que el ritmo laboral y social de la vida moderna hace que los suizos apuesten más por los innumerables tranvías que cruzan por doquier la ciudad, pero con todo en el pasado muchos habitantes del cantón cruzaban las turbias aguas del Rin haciendo uso de estos curiosos barcos sin motor propulsados únicamente por la acción de la corriente y que están dirigidos en su devenir por un cable que cuelga en altura.
Barcazas ecológicas que unen orillas en lentas travesías que permiten al pasajero disfrutar del paisaje urbano de Basilea, que tiene en su ribera su máxima explosión visual con edificios plenos de carácter entre los que sobresale su hermosa catedral.
Cuatro líneas únicas y complementarias y que se conectan perfectamente con las paseos turísticos ofertados por la ciudad; una vía de transporte ideal para turistas y fotógrafos, o sencillamente para aquellos que aman el sentir del viento y que disfrutan tomándose la vida con tranquilidad.
Actualizado el 9 abril,2019.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño