El mar está lleno de leyendas y de hazañas, entorno donde los héroes se han encumbrado a base de sol, salitre y terribles tempestades y donde una serie de pedazos del globo siguen causando un profundo respeto entre los marinos, uno de ellos es el Cabo de Hornos.
El Cabo de Hornos está considerado el límite austral del continente americano y punto geográfico donde se mezclan las vivas aguas de los grandes océanos del planeta: el Atlántico y el Pacífico.

El promontorio isleño donde se ubica su reconocible faro se eleva hasta los 424 metros y pertenece administrativamente a Chile, en concreto a la Comuna de Cabo de Hornos cuya capital se sitúa en Puerto Williams. Su acceso está restringido y se necesita una autorización especial de la armada chilena para hacer pie en el mismo.
Un naufragio que bautizó al cabo
El cabo recibe su topónimo del viaje realizado en 1.616 por Williem Schouten y su hermano Juan, bajo el patrocinio del comerciante holandés Le Maire. Deseosos de abrir una nueva ruta comercial que conectase con el Pacífico, dos buques capitaneados por los Schouten partieron de Holanda rumbo a los mares del Sur; uno de ellos, el “Hoorn” se hundió a lo largo del tránsito por la Patagonia. Cuando el «Eendracht«, el navío superviviente, recaló ante la isla, los marinos decidieron homenajear a los náufragos, bautizando a la isla como Kaap Hoorn, que en español se traduciría más tarde como Cabo de Hornos.

Alternativa al estrecho de Magallanes aunque no exenta de peligros
El paso marítimo pronto sé reveló como una alternativa al control español del Estrecho de Magallanes y hasta la apertura del Canal de Panamá sirvió de importante eslabón del tráfico naval mundial, aunque no exento de los riesgos asociados a sus temidos temporales, que lo convirtieron en una de las más peligrosas zonas de navegación del mundo. Era tal su carácter legendario que los marineros que lo doblaban, recibían el honor de llevar un pendiente de oro en su oreja izquierda como símbolo de tal hazaña.
Un paisaje único creado por el azote del viento y oleaje
Cuando uno se acerca al Cabo de Hornos descubre la belleza paisajista creada por el azote erosivo del oleaje y el viento. El mar es terriblemente bello y la espuma rebrota en las cavidades con fuerza y los acantilados, que sin ser vertiginosos, dan una profunda sensación de respeto.
La isla, que está integrada en el Parque Nacional de Cabo de Hornos, está pelada a nivel de vegetación y sus arbustos o hierbas crecen al son que les marca el aire, sirviendo eso sí de posadero a gran diversidad de aves que con sus vuelos constituyen la principal sinfonía faunística de estos lares.
Un faro habitado
La isla está dominada por un solitario faro que constituye el elemento más significativo de la isla. A la vez de señal luminosa de aviso a navegantes, sirve de residencia a la familia del farero de la armada que custodia la isla.
Habitantes temporales, que se ven obligados a permanecer en la isla largas temporadas con la única compañía de la televisión vía satélite e Internet. Anexo al faro se encuentra una capilla muy simple de madera y un helipuerto que sirve de vía de entrada para los útiles y víveres necesarios para la vida de los allí encerrados.
Las autoridades chilenas han decorado la isla con varios monumentos en honor de los marinos fallecidos doblando estas tierras. Podemos destacar una gran representación de un albatros, ave común del territorio austral y que según se cuenta son la reencarnación de todos aquellos marinos que murieron desafiando el Cabo de Hornos.

A día de hoy Cabo de Hornos sigue siendo igual de peligroso que antaño y por eso aún sigue guardando ese genuino sabor entre los hombres del mar, muchos de los cuales se arriesgan a cruzarlo a vela emulando a los heroicos marinos del siglo XVII. Una vieja tradición obliga que a su paso los tripulantes masculinos orinen a barlovento, recibiendo un bautizo de gloria de un cabo que aún sigue nutriéndose de héroes, náufragos y soñadores.

Actualizado el 22 abril,2019.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño


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