El Monumento al Holocausto en Berlín es de esos lugares que supone un desafío en términos de sensaciones, de hecho aun hoy sigo sin saber como interpretarlo completamente; un memorial aparentemente sencillo que me dejó una fuerte impronta y una lección personal que hoy os quiero transmitir.

Tengo que decir que la II Guerra Mundial y las consecuencias de la misma siempre ha constituido uno de mis lecturas favoritas; me interesa desde siempre la temática, porque supone un acercamiento al dolor que puede generar la humanidad si dejamos que los fanatismos triunfen. Cada texto leído es una lección que aprendo y no olvido y puedo decir que gran parte de mi perspectiva ante la vida o hacía el ser humano parte de las decenas de libros que he leído sobre este tema. La II Guerra Mundial me ha moldeado como persona, pese no haber participado yo ni nadie de mi entorno en la misma.
Así que cuando viaje a la capital de Alemania me acerque sin dudarlo al conjunto escultórico que homenajea a los judíos de Europa asesinados, conocido por muchos como el Monumento al Holocausto, que se encuentra muy cerca de la célebre Puerta de Brandemburgo.
Mi primera visión ante este extraño monumento creado por el arquitecto Peter Eisenman, fue perturbadora. Fue una sensación extraña, porque realmente la visión de sus más 2700 losas no me trajo a mi cuerpo las amargas sensaciones que tuve en Auschwitz o los escalofríos fríos cuando visite la estación de Radegast en Łódź, realmente al principio me produjo una alteración vital imprecisa, por momentos me produjo indiferencia y por otros desafección, sensaciones que nunca hubiera esperado a priori.
Me sentía mal ante su visión y no sentir una conexión directa con las victimas del holocausto, empatía que viene conmigo de serie, pero que en esta vez no emergía porque algo la estaba reteniendo.

Lo veía desde fuera una y otra vez y el monumento no me transmitía, no lo entendía, hasta que de pronto me di cuenta que la gente entraba en su laberinto sin miedo y me adentre a sus entrañas movido por la búsqueda de respuestas, caminando en silencio por las calles creadas por la distribución irregular de las moles de piedra.
En este mundo ordenado surgían selfies por todos lados, fotos de gente que entre risas buscaban posiciones artísticas y otras fuentes de egocentrismo de los tiempos modernos; la mayoría de la gente que estaba allí no les interesaba el monumento en sí, ni su historia, ni el holocausto, solo se preocupaban por el material que podrían sacar para sus redes sociales.
Perdí la razón por un segundo y pensé en hacer como Jesús en el templo y echar a los mercaderes y gritarles, pero luego me di cuenta que quien era yo para hacerlo, no era victima homenajeada en aquello, de que serviría mi brote de ira, no era el camino, no tenía sentido.
En aquel momento el bloque de losas perdió su compostura, no había orden ya y aquellas figuras se mostraban desordenadas e inclinadas como a punto de desmoronarse para iniciar una carreta de piezas de dominó; mi razón se desvanecía al igual que en esos trágicos años de guerra desapareció la cordura de los buenos alemanes.

Luego aprendí que la idea del monumento era crear esa atmosfera confusa e inquietante. Objetivo cumplido, el memorial había conseguido arrastrarme al recuerdo de esos seres humanos que fueron exterminados porque alguien un día decidió odiarlos.
El monumento al holocausto no me gusto estéticamente, no me impacto sus calles, sus losas y su raro simbolismo, pero me provocó y me hizo reflexionar, puso ante mi recuerdos no vividos, pero que están presentes en nuestro mundo actual. El mundo en el que vivimos la guerra es parte de nuestra vida diaria, donde aun se extermina en base al odio y que la discriminación es parte del vocabulario de nuestros políticos y medios de comunicación.
Siguen existiendo trincheras donde aun mueren nuestros amigos, familias que nunca se reencontraran y tumbas sin nombres. Que rápido olvidamos y que necesarios son estos memoriales para recordar que para pasar de la concordia a la barbarie solo hace falta un ser malvado y miles de cómplices que callan.
Por favor no olvidemos lo sucedido, los muertos no necesitan palabras vacías y mensajes de animo, precisan que su martirio no vuelva a jamás a repetirse, una tarea conjunta a la cual debemos todos contribuir.

Actualizado el 08 febrero,2021.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño