Pasear por las entrañas de la tierra siempre es una experiencia que sobrecoge. La humedad se aferra a tú piel, mientras el silencio recorre las galerías como un murmullo del inframundo, y las estalactitas desafían la gravedad, colgando como cuchillos afilados que parecen observar al visitante desde lo alto.
No siempre es fácil acercarse al submundo de las cavernas, pero en la Cueva de Valporquero, en León, este acceso es posible para todo el mundo. Aquí, en el corazón de la montaña leonesa, muy cerquita de los desfiladeros de las Hoces de Vegacervera, la naturaleza ha abierto una rendija para que podamos asomarnos a sus secretos más profundos.

Un universo mágico abierto al público de marzo a diciembre, donde el tiempo se mide en gotas de agua y donde la piedra toma formas caprichosas tras millones de años de paciencia geológica.
La cueva tiene una temperatura constante de 7º que se mantiene todo el año, hecho que hizo que pese a la magnitud de la misma (cuenta con galerías de hasta 40 m de alto), no existan indicios de que fuera habitada en la prehistoria.

Su uso turístico se instaturó en 1966 y desde aquella han sido muchos los visitantes que se han asombrado con las «maravillas» que surgen por doquier durante el recorrido.
En este mundo mágico, la piedra adopta formas imposibles y el goteo eterno del agua es el verdadero artista. En este escenario onírico, la imaginación se convierte en la mejor guía, ayudando a magnificar la belleza del conjunto y regalandonos evocadores nombres para las formaciones como La Virgen con el Niño, El Fantasma, El Cementerio o La Cascada de las Hadas.

Pero no es todo vida inmaterial, la fauna troglodita está presente bien en forma de alados murcielagos o insectos o crustáceos adaptados a las condiciones de oscuridad. La cueva es un ecosistema en si mismo, delicado y vivo que merece ser protegido y cuidado.
Salimos de la cueva y el shock térmico es inmediato. La luz y el calor del mes de julio nos envuelven de golpe, en marcado contraste con la penumbra húmeda del interior. El regreso al calor resulta reconfortante, pero también nos devuelve a una realidad que invita a la reflexión.

El mundo kárstico que dejamos atrás es tan desconocido como cercano. Un universo oculto bajo nuestros pies que rara vez visitamos, pero que forma parte esencial de nuestro planeta. Un tesoro subterráneo que solo nos permitimos catar en pequeñas dosis y que sin embargo guarda en su interior la memoria geológica de la Tierra, escrita en piedra y tallada en silencio.

Actualizado el 18 marzo, 2025
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño


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