Quién sabe quién condenó a las tierras castellanas a ser esas de tierras de paso y de tediosa monotonía; campos y barbechos, girasoles perfeccionistas, plantaciones de chopos y decantes palomares. Uno parece ver un campo castellano y piensa que los ha visto todos, pero a la par se nos escapan múltiples detalles que hacen de ese sereno y tranquilo paraje cuna de indudables emociones.

Durante mi infancia, recuerdo insufribles viajes a lo largo de España con mi familia, en los cuales a través de cientos de “¿Cuándo llegamos?”, cruzábamos la monotonía de las interminables autovías de la España interior. Aquello, en una época en la que no existían DVDs portátiles o consolas, era un auténtico suplicio visual en el que pasábamos parte de nuestro tiempo añorando nuevos bodegones de verde colorido, con trazos de mar y montañas, que nos permitieran matar las horas de travesía.

Este sentimiento era compartido por todos mis conocidos; todos odiaban estos paisajes y aunque decían que en la antigüedad era tal frondosidad que una ardilla podía saltar de rama en rama de los árboles en un recorrido de punta a punta de la península, mis ojos de aquella época solo divisaban entornos pelados y muertos.
Pero en un viaje con unos compañeros naturalistas mire más allá y comencé a dar valor a toda aquella acuarela dominada por interminables campos de trigo; de pronto un cernícalo comenzó a aletear fuertemente hasta hacer un brusco picado en busca de una despistada presa. Vaya espectáculo ¡El campo parecía no estar baldío!
El resto del trayecto se llenó de vuelos de milanos reales, del correteo de liebres e impolutas avutardas. Un maratón que terminó en un atardecer de anaranjado infinito, que llenó de recuerdos nuestras cámaras de fotos.

Cuando la luna hizo acto de presencia, Castilla mostró sus joyas y un lucero de diamantes en forma de estrellas lleno el aire puro de la tierra; había incluso quien no había visto nunca las constelaciones, envenenado por la contaminación lumínica de las ciudades. La noche se complementó con leyendas que nos encandilaban de niños, que rechazábamos de quinceañeros y que ahora surgían como trazados incompletos en nuestra memoria.
Aquella tarde fue sin duda lo mejor del viaje, descubrimos sin quererlo que no existen paisajes de primera o segunda categoría, sino sencillamente existen espacios mal interpretados.
Llámense campos castellanos, leoneses, Monegros o estepas de Lleida, cada paraje en la naturaleza tiene un tesoro escondido, cuyo paradero solo será revelado a quien se adentre en él con curiosidad y respeto.El tesoro pueden ser los olores de unas hierbas aromáticas, el sonido de sus noches, la riqueza de su cultura o los sabores de su gastronomía. El valor de su contenido varía en función de la sensibilidad que haya desarrollado cada persona; envenenado por las fantasías tropicales, uno descuida que existen mágicos espacios a nuestro alrededor de singular belleza y riqueza. Los humanos somos tremendamente superficiales y tópicos, pero si nos enseñan adecuadamente podemos ser capaces de cambiar, solo es cuestión de voluntad y de empeño.
Actualizado el 5 abril,2017.
Estoy totalmente de acuerdo!!!!
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Me gusta saber que no soy el unico que opina igual 🙂 Gracias por tu comentario
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Soy una enamorada de Castilla La Mancha y tus fotografías me sumergen en un sueño impresionante. Son espacios abiertos que conducen a un vuelo no sabemos dónde. Enhorabuena
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Qué bonito, Miguel. Está claro que todo paraje es único; ya Machado cantó a los «Campos de Castilla» y supo ver su hermosura oculta. Es cierto que yo soy muy de mar y de montañas (es lo que tiene haber nacido en Andalucía) pero en la monotonía y las grandes extensiones, los trigales mecidos por el viento, esos horizontes interminables, hay como una especie de desolación hermosa, casi mística, que invita a la meditación y el sosiego… Un abrazo
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Gracias guapa y me uno a la descripción que ofreces en tu comentario, ese misticismo que envuelve a esos campos, el silencio, los horizontes, es un placer visual que no es facil de interpretar pero que si le dedicas tiempo enamora incluso a los poetas. Algo parecido vivimos este finde en la Dehesa extremeña durante el TBM, con esas rapaces al vuelo, los lagartos al sol y la brisa blandiendo las hierbas otro paisaje que disfrutas cuando te dejas llevar por los sentidos
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👍No se podría describir mejor las sensaciones que producen estos paisajes castellanos, donde el horizonte se nos hace visible después de mirar los campos de girasoles. Aquellas tardes de verano donde el silencio y el calor parecen lo mismo…
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Gracias Maria, precioso comentario y reflejo de que somos muchos los que admiramos esa tierra que desprende poesía a quien se atreve a mirarla 🙂
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Este verano he cruzado dos veces Castilla, de La Rioja a La Mancha y de La Rioja a Cantabria. Especialmente en Junio el amarillo del cereal se funde con el verde de los árboles, especialmente en Castilla norte (La Rioja, la Bureba…) y es espectacular.
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Es un vergel de colores y experiencias un lugar que emociona a quien quiera conocerlo. un saludo
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Soy una enamorada de Castilla La Mancha y tus fotografías me sumergen en un sueño impresionante. Son espacios abiertos que conducen a un vuelo no sabemos dónde. Enhorabuena
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🙂 sensaciones que hacen volar….
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