Viajes inesperados, éxito seguro; quizás deba convertirse en un nuevo dicho viajero, porque en mi caso siempre funciona y esas escapadas inesperadas acaban siendo las mejores, como así sucedió con mi reciente visita a la ciudad checa de Brno.

Este paseo por la segunda ciudad más grande de República Checa se inicia con otro clásico de los viajeros: la cancelación de último minuto. Teníamos previsto alojarnos en Viena y descubrir la belleza de Austria, pero nuestro hotel nos canceló a última hora y ante los imposibles precios de los otros hoteles, habíamos reservado con 2 meses de antelación, tuvimos que buscar alternativas a todo correr y acabamos yendo a dormir a Bratislava.
Ya asentados en la capital eslovaca, cogimos el mapa y nos preguntamos ¿y que más podemos visitar? pregunta al aire que el propio mapa respondió por una cuestión de cercanía y la elegida fue la ciudad de Brno.

Pues así, casi sin quererlo al día siguiente estábamos rumbo a Moravia, en uno de esos trenes de Centroeuropa que a mi me ponen siempre un poco nervioso, dado que si uno se queda dormido puede acabar uno en la otra punta de Europa, de hecho el nuestro tenía como destino final Hamburgo; así que aguante el sueño como pude y espere despierto hasta que la estación de Brno apareció ante nosotros y me pude liberar del peso de no acabar mi viaje en Alemania.

La estación central es casi anexa al centro de Brno y así que en unos pocos minutos ya estábamos integrados en la ciudad y formábamos parte del intenso flujo humano de checos que aprovechaban para hacer sus compras navideñas.
La peatonal calle Masarykova, su principal artería urbana, nos ofrecía un espectáculo de edificaciones de variado estilo arquitectónico; por unos minutos el perfil de la calle (y el tranvía que la atravesaba) me recordó a la avenida İstiklâl en Estambul, pero la explosión navideña que encontramos a nuestra llegada a la Plaza de la Libertad, donde los mercadillos hervían de actividad, me hizo volver la imaginación a Moravia.

El centro de Brno es una auténtica exhibición de la riqueza patrimonial donde podemos no solo admirar edificios que son verdaderas joyas arquitectónicas, sino también singulares esculturas como su famoso reloj astronómico.
El reloj y su guiño a la ciencia podría ser anecdótico, pero estos detalles son parte de la esencia de una ciudad, que cuenta con una vida universitaria plena con numerosas facultades que albergan hasta 90.000 estudiantes, los cuales sueñan con emular el logro del que fue sin duda el más célebre habitante de Brno, Gregor Mendel, monje agustino cuyos estudios con guisantes, realizados en la abadía de Santo Tomás, supusieron una auténtica revolución científica, al servir como base para el nacimiento de la rama de la Genética.

Mendel no fue el único monje que habitó la ciudad, de hecho fueron numerosos los monasterios, de muy diferentes ordenes religiosas, los que se constituyeron al amparo del crecimiento urbano de Brno. Sin duda, uno de lo más singulares es el de los Capuchinos, que cuenta con una famosa colección de momias que se crearon de forma natural a partir de los cuerpos de varios ilustres de la ciudad y así como monjes del monasterio.
Los amantes del necroturismo, no solo pueden visitar la cripta con las momias, sino que también puede trasladarse hasta la iglesia de San Jacobo para poder «disfrutar» del que estás considerado como el segundo Osario más grande de Europa, aparentemente solo superado en tamaño por las Catacumbas de París.

Tras un breve paseo por Brno nos hacemos conscientes de la importancia de la religión en la historia de la ciudad, hecho que se manifiesta claramente en la amplia diversidad y belleza de sus templos, entre los que sobresale su catedral, la cual rinde homenaje a San Pedro y San Pablo.
Pero no solo la arquitectura religiosa embellece Brno, así también tenemos excelentes ejemplos de arquitectura civil como sucede con el antiguo Ayuntamiento, desde cuya torre se otea gran parte de la urbe.
Con todo, el mejor mirador de Brno se halla a los pies del Castillo de Špilberk, antigua residencia de los marqueses de Moravia y que durante años sirvió como una de las prisiones más duras del Imperio Astro-Húngaro.

Tras visitar el castillo y su extenso parque, decidimos hacer una pausa para disfrutar de la riqueza gastronómica local, otro de los pluses de Brno. El cálido interior del restaurante hace que el reloj avance a toda velocidad y tras darnos cuenta que el tiempo se nos echaba encima para una exploración más extensa, decidimos sencillamente sentarnos el tiempo restante en un banco y al calor de un café de un puesto callejero disfrutamos del tránsito del gentío.
Este fue el momento en que nos dimos cuenta de que eramos los únicos turistas y que pese al poco tiempo que habíamos tenido para conocer la ciudad, habíamos disfrutado enormemente de este regalo viajero, y que de forma totalmente inesperada se había convertido en nuestro mejor recuerdo de aquella escapa europea.

Actualizado el 26 diciembre,2018.