La infancia es un juego de continuada efervescencia y de sugerente imaginación, que permite que en ocasiones uno cruce voluntariamente o no el umbral de la fantasía. Durante generaciones los niños han sido engañados de forma constante con los mismos juegos o proclamas, formas con los que conferimos a nuestra generación de yogurines pequeñas novatadas con diferente finalidad u objetivo.Sin duda uno de las inocentadas que con más fuerza recuerdo, es la que sufrí en mi primera marcha nocturna que realice por el monte, donde nuestro guía un chico mayor, cuyo nombre ya no recuerdo, nos encomendó a ir en búsqueda del mítico gamusino.
El gamusino es un animal muy esquivo de hábitos nocturnos y que según la zona geográfica adquiere la forma de ave, pequeño mamífero o duende. El gamusino es un animal terrible ya que suele posarse sobre las ramas de los árboles y orina a los osados quien intentan buscarlo, un autentico espíritu rebelde.

Durante varios veranos, mi familia acampaba libremente en las proximidades de la playa de Nerga (Pontevedra), de aquella aun no estaba prohibida esta práctica, por lo que generaciones de familias optaban por echarse al hombro las míticas tiendas canadienses y hacer de las dunas sus lugares de veraneo. Aquellos campamentos provisionales traían consigo que los niños formásemos pandillas de juegos y nos pasásemos las tardes buscando quehaceres divertidos.
Los niños nos dividíamos en extractos tribales en base a nuestra edad, pero que al existir lazos familiares se mezclaban por momentos. En el grupo de los mayores existían ya las parejitas que se escapan al atardecer para darse los primeros besos a escondidas; como éramos charlatanes inconscientes, ellos nos temían y para evitar que sus actividades acabasen en oídos de nuestros padres, cuando un dueto huía argumentaba que se iban a cazar gamusinos.
De tanto oír la palabra, a mis amigos les pico la curiosidad y rogaron a uno de los mayores que nos llevasen de cacería.Para mí eso era una tontería porque yo ya había cazado a cientos, ya que asociaba al gamusino a una especie de polilla que aparecían en masa en determinadas noches y que mi hermano y yo cazábamos con raquetas de plástico (esto es verídico); de todos modos me apunte a la excursión, no fuese a ser que me equivocase.
Aquel chico mayor nos comento que él tenía trampas puestas por el monte para capturarlos y que si queríamos esa noche nos las mostraría. Conseguimos el permiso de nuestros padres y tras coger nuestras linternas de petaca nos lanzamos a la aventura; tras media hora de andar por un bosque de pinos el guía hizo una parada, nos mando quedarnos en silencio y metiéndose entre los arbustos saco una bolsa que parecía rebosar de gamusinos.
La emoción fue tal que corrimos junto a él como locos; en ese momento el chico mayor hizo como si se le escurriese la bolsa y empezó a gritar “Se escapan ¡cogerlos!”, empezamos a saltar como cabras en búsqueda del ficticio animal, gesticulando con los brazos.
Evidentemente no capturamos ninguno, pero mis amigos comentaban que si los habían visto. Yo andaba preocupado no había divisado el más mínimo rasgo de gamusino y por ello pronto interrogue a mis compañeros acerca de su naturaleza.
Curiosamente las descripciones (influenciados quizás por mis relatos anteriores) se aproximaban a las de mis polillas nocturnas y así de pronto mi ego subió y comencé a fardar de ser el mayor cazador de gamusinos. Aun tarde años en descubrir la farsa y no sería hasta un campamento en Cuenca cuando descubriese ya la verdad, tras volver a caer de nuevo en la quimera gamusina. De golpe y porrazo deje de ser un héroe a sentirme ridículo y avergonzado, había sido víctima durante años de un engaño calculado y orquestado por los mayores.
Lo curioso de los gamusinos es que cuando descubres la autentica realidad del mismo, uno deja de ver el bosque como un mundo mágico e inicia la regresión mental del mismo, hasta despreciarlo y convertirlo solamente en un sistema productivo donde solo se puede obtener madera y rendimientos económicos.
Quizás el medio natural no esté lleno de hadas, sirenas y gamusinos, pero en cambio constituye un conjunto tan rico de sensaciones vitales y emocionales que configuran y detallan el complejo pasar de nuestra vida. La sociedad en la que vivimos nos exige un interés mercantil actual o futuro para invertir en su conservación, olvidándose de que el factor sentimental y de herencia a las futuras generaciones debería a ser lo sumo tan valioso como lo anterior en el momento de la toma de decisiones.
Hay gente que se empeña en echar cemento a mis recuerdos y a los de mucha gente en base a una simple ecuación económica, olvidando que siempre hay una alternativa y una posibilidad de equilibrio. Ojala en el futuro mis hijos puedan seguir cazando gamusinos, ya que eso supondrá que existen montes y espacios para seguir soñando.
Actualizado el 25 abril,2019.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño