Es viernes por la noche, es de esos días desesperantes en los que uno quiere salir pero que por mucho que tiras de agenda nadie parece estar dispuesto a acompañarte; así que agarro manta y enciendo con pereza la televisión, creo que de aquí a un rato tendré una cita con Morfeo. Regateo los canales hasta que me encuentro con el inicio de un documental, el título es evocador «El último sefardí«, venga vamos a verlo.

Adoro la historia y creo que va a ser una buena elección aunque poco sé respecto del tema a tratar, soy consciente de que los sefardíes eran aquellos judíos que los católicos reyes de España expulsaron en el 1492 y cuya marcha aun seguimos lamentando en España, pero tengo que reconocer mi conocimiento sobre ellos desaparecía en este punto, como si una vez fuera de nuestras fronteras su vida nunca existiese.
El documental ya rueda y pronto me veo sobrepasado emocionalmente por una melancólica línea argumental, el bello a la vez que triste devenir de un pueblo que fuertemente arraigado al recuerdo de su vida en España o Sefarad como ellos la llamaban, mantuvo su identidad con independencia del destino al que le llevo su forzada migración, creando un país sin nombre formado por dispersas comunidades cuyas costumbres eran transmitidas oralmente a través de su lengua el Ladino o judeoespañol, el principal motor de su cohesión comunitaria.
El documental se centraba principalmente en el destino de esta hermosa lengua, el mismo castellano que se hablaba en la península en el siglo XV, que con aportaciones del hebreo y de otros idiomas (dependiendo del lugar de destino), fallecía sin remedio por la falta de hablantes, como consecuencia del holocausto nazi y así como por el acoso continuado de otras lenguas nacionales.
Quizás la mayor pena fue el descubrir como ese tesoro que habría sobrevivido más de 5 siglos fallecía en el justo momento que yo lo descubría; una lengua única que llegó a ser la más hablada en Salónica y cuya melodía fue frecuente en muchos barrios de Estambul, Edirne, Izmir, Sarajevo etc y que ahora deseaba conocer con desazón.

Mi búsqueda de los últimos sefardíes
Ese mismo fin de semana, ya me embebí en la búsqueda, eran tiempos pre-Internet y conseguir información se hacía difícil, pero aun así encontré algunos libros sobre el tema, pequeñas referencias que me acercaban a un pueblo del que siempre habría desconfiado, pero que ahora se mostraba más natural con sus virtudes y defectos.
También descubrí su música, su gastronomía, sus bellos poemas etc., por todo ello mi ansiedad sobre el tema fue creciendo y así que en uno de mis primeros viajes decidí ponerme en tratamiento y me acerqué a Toledo, antigua capital del Reino de Castilla y epicentro de una de las principales comunidades judías durante la Edad Media.
Tras visitar su hermosa Catedral y su simbólico Alcázar, nos acercamos al Museo Sefardí; allí en el edificio que ocupaba antiguamente la Sinagoga del Tránsito se abrió por primera vez una puerta que me iba a conectar con esa comunidad exiliada para siempre.
La hermosa decoración de la sinagoga, los ajuares, los trajes de la época, las infografías etc. sobre su historia colmaron toda mi atención, pero con todo la visita se me hizo insuficiente; aquello era un museo que narraba la vida de los judíos del pasado pero yo buscaba a los sefardíes que aun seguían existiendo, porque lo que mas deseaba era conocer alguien que me hablase en aquella hermosa lengua.

El descubrimiento de la lengua
La búsqueda quedo ahí parada durante años, hasta que por motivos personales acabe conociendo Estambul, ciudad que fue uno de los principales destinos de los judíos sefarditas fue el Imperio Otomano y cuyo máximo dirigente el sultán Bayezid II los recibió con los brazos abiertos, hasta el punto que se dice que el mismo escribió una misiva agradeciendo a los reyes católicos tan preciado regalo.
Las comunidades judías en Turquía aun se mantenían con cierto vigor, en parte debido al hecho de que los turcos no participaron en la Segunda Guerra mundial y por lo tanto estuvieron al margen del exterminio nazí.
Me lance a conocer los barrios judíos, visite su museo y fui buscando una a una sus sinagogas frustrándome ante el hecho de que la mayoría estaban cerradas, al menos para los que éramos turistas.
Con todo un día decidí aventurarme a la búsqueda de un cementerio judío, en los limites del barrio de Hasköy; mi ansiedad por descubrirlo chocó contra un muro de mampostería construido que me impedía descubrir sus secretos.
Cuando ya decidía regresar, me encontré casualmente un pequeño trozo del camposanto libre de obstáculos, accedí al mismo sin pensármelo y de este modo pude leer con atención aquellas lápidas cuyo epitafio se escribía en lengua judeoespañola, fue emocionante, ya que por primera vez descubría la viveza de esta singularidad lingüística que tanto había buscado.

El ladino apareció ante mí
Mi siguiente encuentro con esta habla étnica fue sin duda el momento más sorprendente. Estaba visitando una iglesia ortodoxa en el barrio de Besiktas, cuando uno de los vigilantes del recinto se acercó y se puso a charlar con nosotros; dado mi escaso conocimiento del turco, pronto me desvincule de la conversación.
El señor comprendió entonces que era extranjero por ello le pregunto de donde era a mi pareja y al responder que era español, rápidamente me comenzó hablar en ladino.
No me lo podía creer, estaba escuchando esa lengua que tantos años rondaba en mi cabeza y ahora la sentía en mis oídos, estaba hasta extasiado. Al hombre le costaba expresarse en ladino, pero si consiguió explicarme que él no era judío, pero que siendo joven estuvo muchos años trabajando para varias familias judías y por eso había conocido la lengua.
Me despedí de él dándole un fuerte apretón de manos, gesto que de seguro nunca entendió pero en aquel momento necesitaba dar y que expresaba la satisfacción de encontrarme cerca del final de un objetivo.
El encuentro con un auténtico sefardí
Con todo mi ruta no había terminado ahí, me faltaba escuchar la voz de un auténtico sefardí, de uno de aquellos compatriotas que fueron expulsados de nuestro país sencillamente porque eran diferentes.
En aquel momento no sabía como sería ese encuentro, pensé que a lo mejor que todo esto era una idea romántica que habría generado en mi cabeza y que la visión de los sefardíes hacía el pueblo español podría ser arisca, en el fondo fuimos nosotros quien les marginamos para finalmente echarlos del país.
Con ese pensamiento en el aire, fuimos a visitar la ciudad de Izmir, la cual, en su momento, llegó a contar con una pujante comunidad judía.
En las cercanías del célebre Asansör, se encontraba una de las sinagogas más grande de Turquía y así que decidimos probar suerte y llamamos al timbre para intentar visitar su interior. Un solemne vigilante vino a nuestro encuentro y nos explico en turco que no podíamos acceder al recinto, mi novia insistió un poco pero su rechazo era creciente, viendo el resultado decidí usar mi último cartucho.

Me lo tomé como prueba que iba a confirmar mis dudas de que su sentimiento hacía aquella Sefarad lejana aun se mantenía vivo, por ello decidí empezar a hablar en español con mi pareja y espere su reacción; el hombre que ya estaba a punto de darse la vuelta, se giró me miró a los ojos y me pregunto de donde era, al responder que era español me dijo un sencillo «Bienvenidos» y nos abrió de par en par las puertas.
Me hablo en ladino hasta que no pudo acordarse de más palabras y regreso al turco. Fue una conversación a tres bandas, amable y plena en detalles, en donde aprendí más sobre lo importante que es comprender la cultura y la religión de los demás, con el fin fomentar lo que nos une y minimizar lo que nos separa.
Un idioma que es historia hecha de palabras
Tras marcharnos de la sinagoga, vi un poco ofendida a mi novia.
– Vosotros los echasteis y nosotros los acogimos, pero resulta que a ti si te dejan entrar y a mí no.
– No sé a veces cuando hay distancia y pasa el tiempo te olvidas de lo malo y te quedas solo con lo bueno del recuerdo, no es siempre justo pero a veces pasa» – le respondí sonriendo.
– Bueno quizás… de todos modos no acabo de entender porque te emocionas por escuchar una lengua que no es la tuya, no eres judío Miguel» – ella me espetó.
La miré y le comenté – «has sido testigo de algo único, porque este idioma es historia hecha de palabras; la mayoría de los hablantes de ladino son mayores de 60 años y no existe un relevo generacional porque los jóvenes sefarditas ya no lo hablan, por eso las pocas frases que has escuchado son tan valiosas…. de todos no me emociono solo por eso, realmente lo hago porque esto ha sido el final de un camino para mi, una búsqueda en la que he aprendido sobre la vida,sobre los pueblos y la importancia de los idiomas en la creación de una identidad, un camino en el que me he vuelto más rico y más decidido a que ese legado no desaparezca, porque en España nadie menciona a los sefardíes como parte de nuestro pueblo y deberían serlo y de pleno derecho «.
Tiempo después de esta visita el gobierno español decidió conceder la doble nacionalidad a todos los sefardíes que pese a residir fuera demostrasen vinculación histórica con la cultura española.
El judeoespañol pasó de pronto de ser una lengua moribunda a ser uno de los puntales más claros para demostrar dicho vínculo, una herencia que permitirá aquellos que así lo deseen tener pasaporte de Sefarad, un visado a un país con nombre y creado a lo largo de los siglos por distintas y variadas culturas.
Actualizado el 23 noviembre,2016.