Estamos en la ciudad turca de Eskişehir y mi novia me ha prometido llevarme a un curioso lugar que dice que de seguro me va a encantar. La verdad que estoy impaciente y mi interés es creciente especialmente cuando diviso una enorme fabrica de locomotoras; curiosamente no me lleva a ver ningún tren sino que me dirige un pequeño museo cuya pieza central es un coche, pero no es uno cualquiera, sino del primer automóvil de fabricación turca, el Devrim, un extraordinario vehículo que al parecer guarda una sorprendente historia.

El museo esta aun cerrado y tenemos que esperar aun 15 minutos a que su produzca su apertura; para mi sorpresa en ese lapsus corto de tiempo aparecen varios autobuses y decenas de turistas turcos (el único extranjero soy yo) se arremolinan impacientes en la puerta de entrada.
Realmente todos vienen a ver el famoso coche llamado Revolución (Devrim en turco), el último superviviente de una limitada serie de 4 coches de producción nacional que iban a «revolucionar» el mercado del motor en Turquía, pero que resultó un proyecto fallido que fracaso por un elemento inesperado: la falta de gasolina.

El Devrim nace del deseo del presidente turco Cemal Gürsel de impulsar la construcción nacional de automóviles, que dependía exclusivamente de las compañías extranjeras, y romper con los estereotipos propios y foráneos que decían que los turcos no podrían nunca fabricar un coche propio.
Con ese objetivo Cemal Gürsel convocó a varios de los mejores ingenieros del país a construir un coche y estrenarlo con orgullo durante los festejos del Día de la República de 1961, fecha en el que el presidente pretendía acudir al Mausoleo de Atatürk en el nuevo auto.
Esta idea era una autentica locura ya que suponía que los ingenieros escogidos iban a trabajar a contrarreloj con solo 130 días para completar esa titánica tarea; además esta odisea contaba con otro inconveniente importante, que era que en Turquía no existían muchos especialistas del mundo del automóvil, carencia que se intentó paliar reclutando a ingenieros procedentes del mundo de la construcción de locomotoras, actividad en la que si Turquía tenía una amplia experiencia.
Eskişehir era por aquel entonces uno de los epicentros de la industria de trenes turca y además no estaba lejos de la capital Ankara, por eso fue la ciudad escogida por el gobierno turco como lugar de operaciones para la construcción de los prototipos de coche.
Tras agotadoras jornadas de trabajo consiguieron construir dos Devrim que fueron enviados en tren hasta Ankara para las celebraciones el 29 de octubre del nacimiento de la República turca. Como medida de seguridad los coches fueron enviados en el tren sin apenas gasolina, pero un descuido hizo que uno de los coches no fuese repostado al llegar a Ankara y por desgracia ese sería el vehículo en el que se subiría finalmente el presidente turco.
Tras avanzar 100 metros y delante del público congregado y de la prensa, el coche se detuvo por falta de combustible y el avergonzado presidente turco tuvo que bajarse del mismo y subirse al otro prototipo que si había repostado.

Los Devrim no manifestaron ningún problema técnico durante el resto de la celebración, pero ese pequeño incidente con la gasolina fue magnificado por la prensa que ridiculizó las prestaciones técnicas del coche, diciendo que no funcionaba cuando realmente no había sido así.
La historia del coche se volvió una historia viral para la época y de hecho surgieron innumerables teorías conspirativas al respecto; toda esta mala prensa, la humillación pública del gobierno y otros intereses provocaron que nunca se produjeron más unidades y el proyecto fuese cancelado.
Con los años los turcos cambiaron su parecer a cerca de la historia, ya no era la historia de un fracaso sino la hazaña incomprendida de un grupo de ingenieros que consiguieron un imposible, pero fallaron en lo simple: echar gasolina.
La popularidad de la historia aumentó especialmente tras la emisión en los cines de la película «Devrim Arabaları«, que narra la vida de aquel grupo de ingenieros y su incansable trabajo para que el Devrim pudiese arrancar.

El cariño nostálgico de los turcos hacía el Devrim se manifiesta claramente en que todos los visitantes de este pequeño museo ferroviario, han venido curiosamente a ver un coche y no un tren o similar, de hecho en mi visita he tenido que esperar un buen rato para poder una foto sin gente alrededor, ya que la cola para sacarse una foto con el auto se hacía interminable.
Popularidad póstuma que no disfrutaron la mayoría de sus creadores, pero que sirve de homenaje a aquellos ingenieros venidos de toda Turquía que se encerraron durante meses con un sueño, el crear una «obra de arte», que nunca circuló por las carreteras, pero que aun circula en el corazón de los turcos.

Actualizado el 3 mayo, 2021.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño