El ostracismo de un pingüino

La vida te concede situaciones imprevisibles, regalándote para el recuerdo momentos únicos e imborrables; por ello en ocasiones viene a mi mente la primera vez que pise territorio antártico, paraíso natural donde trabajé durante casi 2 años y a donde aun a veces sigo volviendo en mis sueños.

Campamento Byers
Como se encontraba el Campamento español Byers aquella tarde  Foto: Expedición antártica española 2006/07

Era un día de finales de octubre de 2006 y teníamos que realizar un desembarco en el campamento Byers, con el objetivo de descargar material y provisiones para los investigadores allí destacados. La batimetría de la costa era desconocida parcialmente, nadie se había encargado de hacerla aún, y por lo tanto desde el puente de gobierno decidieron que era más seguro fondear el buque a varias millas de la península, lo que iba a suponer realizar un tránsito en zodiac de casi 45 minutos.

El día era horrendo, de esos en el que frío era intenso en lo físico y en lo espiritual, la nevisca me cegaba los ojos y las ganas de trabajar y para colmo una niebla intensa retardaba nuestro avance. Con todo conseguimos aproximarnos a nuestro objetivo y ya protegidos por una especie de arrecife que cercaba la playa, gozamos de una entrada triunfal, en la que decenas de Elefantes marinos parecían acercarse a nuestro encuentro y se sumergían en nuestras cercanías…. ¡Vaya espectáculo!.

Elefante marinos
Elefante marino saliendo de las aguas  Foto: Expedición antártica 2006/07

Una vez varados en la playa y mientras el motor fueraborda cesaba su ruido, recibí el saludo de un pingüino que se aproximaba a paso torpe hacía nuestro encuentro. Se paró a un par de metros de mi cuerpo empapado, me observo con detenimiento y emitió un sonido que identifique como un saludo de bienvenida, o eso me gusto creer.

Me acorde en aquel momento de aquella leyenda americana que un día me contaron, que decía que al parecer estas aves eran consideradas las favoritas de los creadores y lucían unas bellas y fuertes alas con las que conseguían alzarse a las máximas alturas, desde donde se burlaban del resto de las aves. Pronto, los dioses empezaron a disgustar de la arrogancia de sus predilectos “Icaros” y en un arrebato de ira acortaron sus alas bloqueando su capacidad de vuelo.

Adelia penguin
Pingüino de Adelia  Foto: Miguel Ángel Otero Soliño

Como no estaban acostumbrados a andar por la tierra, sus pasos resultaban torpes y graciosos, lo cual pronto atrajo la sorna de los seres de la naturaleza, que en desquite no cesaban de reírse de ellos. Humillados los pingüinos optaron por el ostracismo y se introdujeron en el océano y tomaron rumbo al inhóspito e inhabitado continente antártico, camino a un exilio del cual nunca jamás volverían.

Aleje mi vista de esta hermosa ave y nos pusimos a descargar el material que casi rebosaba la embarcación. Algunos de los que habíamos alcanzado tierra nos quedamos a ayudar a transportar el equipamiento hasta los módulos de trabajo, situados unos cientos de metros mas arriba. Así de pronto, nos convertimos en huskies siberianos tirando de trineos cargados de cajas; metros de frío y nieve que se convirtieron en una pequeña odisea.

Una vez finalizado el penoso transporte, los miembros del campamento nos prepararon café mientras esperábamos al regreso de las zódiacs, que habían retornado al barco en búsqueda de nuevo material. Miré por la ventana y comencé a observar la belleza silenciosa de la Antártida, acompañado por el suave sabor del café y con la satisfacción de haber cumplido uno de mis sueños de niño, pisar el polo Sur.

Byers
El autor a la derecha con un compañero esa tarde en Byers  Foto: Expedición Antártica 2006/07

Todo ese espíritu de paz y satisfacción desapareció en nuestro regreso al barco; nos recogieron y a toda velocidad nos pusimos en camino, ya que estaba entrando un temporal y en poco minutos la mar se revolvió con fuerza y empezó a romper con violencia sobre nuestra proa; cada ola un salto y con cada salto un duro impacto contra el mar que se trasladaba directamente a nuestro cuerpo, parecía como si los dioses nos hubiesen castigado por nuestra soberbia al igual que hicieron con los pobres pingüinos.

Mis pies ya estaban medio paralizados por el frío, cuando escuche al patrón decir «coño coño que nos la comemos», gire la cabeza y el tiempo se me paro, ante mí me encontré con la terrorífica visión de una inmensa ola que venía dispuesta a engullirnos; por un segundo pensé en esas aguas frías que me matarían de hipotermia en caso de que volcásemos y no nos rescatasen a tiempo, en mi familia, en lo bonito que era finalizar mi vida en un lugar así …. Sería el mismo patrón quien se encargaría de borrar mi negativo presentimiento con un golpe de maestría marinera, la zodiac consiguió, no sin dificultades, cabalgar la ola para luego volar durante unos segundos y caer intactos a unos metros de la misma. Mis preocupaciones se borraron de un plumazo, todo iría bien, ese día no tocaba.

Llegamos al barco destrozados, algunos se abrazaron incluso al patrón y lo celebramos todos juntos tomando algo caliente. La noche iba a ser movidita por el temporal, pero yo al menos dormí como nunca, no solo habíamos cumplido el trabajo, sino que estaría allí para contarlo.

Hoy pasados ya muchos años de aquel día y con mis posaderas ya en tierra, todas aquellas aventuras antárticas han quedado como una vivencia irrepetible del pasado. Aquel día me sentí parte de un territorio mágico pero a la par duro y desafiante, un destino que en ocasiones parece solo apto para condenados pingüinos. Ahora embebido en la rutina y apartado de sus hielos, veo la distancia con la Antártida como una especie de destierro, ahora sencillamente soy un pingüino exiliado que parece nunca querer adaptarse a este nuevo entorno.


Actualizado el 19 julio,2016.
Publicado por Miguel Ángel Otero Soliño

4 comentarios en “El ostracismo de un pingüino

  1. Que inmensa aventura. Qué lejana me parece la Antártida, como si estuviera en otro planeta. Que bueno que hayas podido estar ahí. Me imagino el frío y el silencio…la imponencia de tal lugar. La ola…que nervios…fueron una de esas experiencias de ver toda tu vida frente a tus ojos. Pero como dijiste, estás acá para contarlo y realmente valió la pena.

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  2. Esa ola es un punto de reflexion de mi vida, madure de golpe 10 años, de hecho cuando regrese a España todo el mundo me lo dijo que habia cambiado. Básicamente aprendía a respetar mas a la naturaleza, a mis compañeros/amigos y a la vida en general. Que cada segundo cuenta y en un segundo puede cambiar todo.

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